Por Primo Jonas
Reseña del libro Trabajo y Organización en la Economía Popular (Pérsico y Grabois, 2015)
Esta particular idea al respecto del rol que cumple un dirigente social para la CTEP [Confederación de Trabajadores de la Economía Popular] no debería generar sorpresa, dado que su dirigente con mayor exposición pública hoy es Juan Grabois, abogado. Lo que sí puede generar cierta sorpresa a respecto de la organización que pretende representar a los humildes es su falta de humildad: “Somos lo que falta”, reza su consigna (p. 173). Sin embargo, eso se explica por las grandes ambiciones de sus dirigentes, que acá analizaremos por medio del libro que publicaron en 2015, disponible acá.
El capitalismo no es el mismo de cuando Marx lo analizó, a mediados del siglo XIX. Tampoco lo son los desafíos del proletariado, sus luchas y sus organizaciones. En especial, el siglo XX representó un momento de grandes cambios económicos y políticos que afectaron profundamente las relaciones entre el Estado y las clases sociales. Así, nuestra tarea en el siglo XXI no es solamente entender el capitalismo en sus formas contemporáneas de explotación, sino también entender (y combatir) las nuevas formas de encauzar la lucha de los y las trabajadoras para propósitos netamente capitalistas.
El libro en cuestión arranca con una caracterización de nuestra sociedad, la sociedad capitalista, y en muchas partes el palabrerío y los esquemas marxistas aparecen para dar la impresión de que estamos adelante de una propuesta en contra de la explotación. Pero ya en la introducción los dirigentes de la CTEP nos apuntan que la “nueva” contradicción social de nuestra época es entre “integrados” y “excluidos” (p. 5), esto es, de un lado el capital productivo (y ahí Pérsico y Grabois incluyen tanto a los capitalistas como a la fuerza de trabajo contratada por aquellos) y del otro el capital improductivo y el ejército de reserva de la clase trabajadora (los autores incluyen en un listado: campesinos, cartoneros, vendedores ambulantes, artesanos, feriantes, motoqueros, obrero de empresas recuperadas, trabajador doméstico y del cuidado, costura, limpiavidrios y trapitos, autoconstrucción de viviendas populares, mejoramiento barrial y microemprendimientos populares, pp. 43-56). Sin embargo, la intención no es idealizar la “economía popular”, que reconocen como improductiva y reproductora de lógicas de explotación propias de la “economía patronal”. La esperanza está en una fuerza que puede arreglar los problemas: ¡la militancia!
La intervención consciente, constante y comprometida de la militancia popular puede enderezar el árbol, disputando en el territorio, en las unidades económicas y en el propio Estado para avanzar en las conquistas sociales de nuestros compañeros. (p. 7)
El proyecto libertario que piensa la emancipación de los trabajadores por obra de los propios trabajadores, no lo encontraremos en este libro. Así que dejemos desde luego de concederles buenas intenciones y analicemos directamente cómo es que la CTEP busca auto-legitimarse en cuanto gestora de la economía popular y de los conflictos sociales de cierto sector de trabajadores.
El libro sigue con un repaso histórico muy escueto y que recalca la sindicalización como el hito más importante en la historia de los trabajadores. ¿Y cuál es el gran problema con que los y las trabajadoras de la economía popular se deparan hoy? “Nadie se responsabiliza por nosotros” (p. 32). Pues no hay más con qué preocuparse, la CTEP nace para ser el GRAN sindicato de trabajadores de la economía popular (p. 69). ¿Y qué función va a tener este sindicato? “Tenemos que lograr que el Estado les saque dinero a los capitalistas a través de los impuestos y que con esos ingresos subsidie nuestra economía popular.”
Acá Grabois y Pérsico realizan un salto que vale la pena desmenuzar. Los primeros sindicatos surgidos en Inglaterra y después las diversas organizaciones obreras creadas en Europa tenían el propósito de organizar la solidaridad y la ayuda mutua entre trabajadores y trabajadoras. Fue sólo con el tiempo, a lo largo del siglo XX, que los sindicatos fueron transformándose en partes funcionales del sistema capitalista. Primero restringiéndose a la negociación del precio de la fuerza de trabajo en cuanto parte del Capital, y después también manejando todo tipo de empresas “sindicales”, fondos de inversión y otras modalidades más de capitalismo sindical, por medio del cual el sindicato extrae parte del sueldo de los trabajadores (en muchos casos sin su consentimiento), recibe aportes estatales, o directamente explota fuerza de trabajo en sus empresas y obras sociales. Ahora bien, Grabois y Pérsico se adelantan a todo eso y proponen un sindicato que negocie con el Estado los subsidios para la economía popular, ese término que confunde en una sola cosa a los cuentapropistas, cartoneros, pequeñas empresas, talleres textiles clandestinos que utilizan fuerza de trabajo en situación de esclavitud moderna, cooperativas, etc. Este sindicato ya nace con la propuesta de generar intereses en común entre la fuerza de trabajo y los propietarios o los que controlan la fuerza de trabajo, desde ya no es una herramienta de la clase trabajadora sino una herramienta de cohesión entre pequeños patrones y trabajadores.
Esta defensa abierta del capitalismo sindical nos explica también la naturalidad con que la CTEP plantea hacer parte de la CGT [Confederación General del Trabajo], esto es, las organizaciones que defienden la producción nacional y que arreglan los mejores acuerdos que agraden tanto a trabajadores como a patrones. Las obras sociales son la gran caja del mundo sindical, aunque muchos sindicatos cuenten con muchas otras empresas propias. Son las obras sociales las que reciben dinero directamente del Estado, las que encubren la parte del salario de los y las trabajadoras que va directamente a la caja de los sindicatos. Y la CTEP tiene sus propios planes de armarse una obra social que genere flujo de caja para sus capitales, lo que seguramente es un alivio para el Estado y todos aquellos que podrían especular que un movimiento social lucharía por salud pública y universal.
El proyecto político de los dirigentes es nombrado como “socialismo criollo, justicialismo del siglo XXI o cristianismo social” (p. 97). ¿Pero, que tendrían que ver estos tres términos? Esencialmente, el estatismo, el tercermundismo y la organización corporativa de la economía. Los orígenes de la preocupación católica moderna con la “problemática social” la encontramos en la encíclica Rerum Novarum [“sobre las cosas nuevas”], que lleva el subtítulo “sobre la condición de los obreros”, publicada en 1891 por el papa León XIII, donde la Iglesia trata de dar una respuesta a la altura de la agitación proletaria que ocurría en Europa entonces. En este documento encontramos la defensa de la propiedad como “derecho natural”, lo que no es ninguna sorpresa, pero también una defensa de la justicia social, esto es, una crítica a los efectos nefastos del capitalismo asociada a un llamado por la justicia distributiva, y la defensa del sindicalismo como método de resolución de conflictos:
Si alguna de las clases estima que se perjudica en algo su derecho, nada es más de desear como que se designe a varones prudentes e íntegros de la misma corporación, mediante cuyo arbitrio las mismas leyes sociales manden que se resuelva la lid. (§40)
La gran idea de Grabois y Pérsico fue inventar una nueva corporación – una bien grande que incorporara toda clase de trabajadores semi-ocupados y también a los pequeños patrones, la “economía popular” – para instituirse como los “varones prudentes e íntegros” responsables por mediar sus conflictos sociales. La transformación de los movimientos sociales que en su momento llevaron adelante las prácticas de resistencia más radicales durante los años 90, su transformación en un gran aparato sindical cristiano, acorde a los preceptos corporativistas clásicos, es un proceso análogo a lo que ocurrió en Brasil con el “nuevo sindicalismo” de la CUT y el más grande movimiento campesino del mundo, el MST. Los vínculos con las empresas y la eterna “acumulación de fuerzas” auspiciada por el Estado hizo crecer los aparatos del “campo popular”, pero estos compromisos terminaron haciendo que cualquier lucha o acción directa que cruzara un límite de lo aceptable jugara en contra de los compromisos y de la “acumulación”. Como dijeron los y las compañeras en Brasil, “lo que se presenta como una victoria para nuestras organizaciones, en la perspectiva de la lucha de clases es una derrota.” Grabois y Pérsico lo saben, es simplemente que no les interesa la lucha de clases, están interesados, como la Iglesia, como los nacionalistas, en la colaboración entre clases. Sin esa colaboración, sus propuestas sociales y económicas no funcionarían. En el libro se juega bastante seguido con una retórica radicalizada para demostrar fuerza y determinación. Dicen:
Nosotros en la lucha tenemos paritarias indirectas con los capitalistas, sojeros y monopolios. El Estado es el que les hace entender que, aunque a ellos no les guste, es mejor entregar algo si no quieren que la hinchada de los excluidos rompa el alambrado, se meta en la cancha y pudra el partido. (p. 134)
Está la amenaza de que los esclavos sin pan “pudran el partido”, pero eso sólo tiene sentido como amenaza. Mejor dicho, personas como Grabois y Pérsico sólo llegan a tener alguna importancia en la política justamente en cuanto aquellos que pueden llegar a impedir que se pudra el partido, esto es, el arreglo entre Estado, empresarios y sindicatos. Si no fuera así… ¿por qué es que los dirigentes no estarían de hecho haciendo de todo lo posible para que realmente se pudra todo? Veamos otro ejemplo ilustrativo de como llegar a entendimientos con el Estado, los empresarios y los sindicatos es mucho más ventajoso para Grabois y Pérsico, en comparación con alentar la lucha de los explotados:
No podemos empezar enfrentando a los costureros con los talleristas. Esa es una mala interpretación de la lucha de clases y de cómo resolver las contradicciones en el seno del Pueblo, que además marcha directo al fracaso porque la situación de dispersión y sometimiento de los costureros esclavizados impide su reagrupamiento. Más bien creemos que debemos empezar por una alianza entre talleristas, costureros y la CTEP, para convertir a los talleristas clandestinos en proveedores legales para ferias populares y a los esclavos en trabajadores con derechos. Para eso necesitamos que el Estado garantice una infraestructura digna para el trabajo –como grandes polos textiles–, programas de regularización para los talleristas y todos los derechos para los costureros. (p. 132)
La ignorancia de estos dirigentes no es azarosa, cuando dicen que la “dispersión” y el “sometimiento” de trabajadores en condiciones de esclavitud moderna impide su resistencia contra la explotación. ¿Acaso nunca escucharon sobre los quilombolas en Brasil? Su mirada paternalista sobre los trabajadores no puede llegar a explicar, por ejemplo, que en aquél país las huelgas de esclavo precedieron a la llegada de los inmigrantes europeos. Eran huelgas hechas sin derechos ni sindicatos, demostración bastante clara y básica de la lucha que los trabajadores llevan adelante por si mismos desde los albores del capitalismo, en las peores situaciones imaginables. Además, Grabois y Pérsico parecen no tener problema en llegar a acuerdos con pequeños capitalistas que someten seres humanos a condiciones de esclavitud moderna. Me llega a causar sorpresa que hayan escrito eso en su libro. ¿Dónde están los escraches en contra de los encubridores de esclavistas? ¿Cómo es que gente con tanta exposición política propone en su libro que el Estado ponga plata en las manos de este tipo de escoria?
Pero bueno, como eficientes abogados, los dirigentes de la CTEP afirman que “La única obligación de un militante popular es contribuir a la victoria del pueblo y esa victoria justifica las alianzas que circunstancialmente tengan que hacerse.” (p. 131), lo que en criollo quiere decir que los dirigentes están escusados de todo a partir de lo que ellos llamen “victoria” (a esta altura del partido, ya sabemos que ahí no hay miramientos para alianzas con esclavistas, violadores, la yuta, etc, etc, etc, si eso es necesario para llegar a la calle Victoria). Y es que el dirigente “piquetero”, en el proyecto de Grabois y Pérsico, el buen dirigente piquetero “se conoce de memoria el presupuesto, los programas y las distintas ventanillas del Estado.” (p. 149). Interesante como dejan claro la existencia de una puerta giratoria militante: ¿quién sería más preparado para asumir funciones en un gobierno “popular” que aquellos que conocen tan bien el Estado? Así como los CEOs no son dueños pero controlan enormes cantidades de medios de producción, los dirigentes populares no son dueños pero controlan enormes cantidades de planes sociales, esto es, sueldos, medios de supervivencia para masas de personas que deben seguir las reglas de la organización (de la cual la tomada de lista en marchas es apenas un pequeños ejemplo anedótico). Vemos así que el Estado cuenta con una puerta giratoria en el piso de los elegantes y con otra más al nivel de la planta baja.
Lo cierto es que la modalidad de “luchas de clase” que practican al menos garantiza un grado significativo de movilidad social de aquellos y aquellas dirigentes que aspiran por la “victoria” y a “enderezar el árbol” de las injusticias con medios muy justificados por sus fines. Todo arranca con las reuniones a puerta cerradas, arregladas en tantas ventanillas del Estado argentino. Sigue con un mate, las declaraciones amenas y finalmente la foto. También en la Primera Guerra Mundial los soldados enemigos confraternizaban en las trincheras. Eran todos obreros, y lo sabían. A su vez, esta gente que se habla por ventanillas, entre mates y mesas chicas, sabemos que no son obreros de ningún lado del vidrio, y sin embargo entre ellos se reconocen y se identifican.
Este artigo está ilustrado com dois graffiti de Banksy.