Por João Bernardo
El fascismo -y éste es el núcleo de mi modelo interpretativo- se sitúa fuera de la gama política habitual, que va de la extrema izquierda a la extrema derecha, y resulta del eco que ciertos temas de cada extremo producen en el otro extremo. El fascismo se origina, o más bien consiste, en el proceso por el cual los temas sociales de la extrema izquierda se cruzan y se funden con los temas nacionalistas generados por la extrema derecha, y viceversa. Normalmente, las referencias a los laberintos del fascismo pueden resumirse en tres palabras: “revuelta en orden”. Estas son las palabras en las que se encierra este mismo proceso de conjugación de extremos, empezando por el hecho de que mientras la revuelta subyace en las ansiedades sociales que emanan de la izquierda, es el orden lo que caracteriza al nacionalismo promovido por la derecha. Ampliando esta perspectiva hasta nuestros días -en esta era de transnacionalización económica y social, en la que la ecología se ha asumido como el campo privilegiado de intersección y fusión entre los temas procedentes de cada uno de los extremos políticos-, podemos distinguir entre el fascismo clásico, por un lado, y los fascismos posfascistas, por otro, en los que las identidades han sustituido al nacionalismo, o se han superpuesto a él. Cuando escribí la última versión de “Los laberintos del fascismo”, me parecía que la forma clásica del fascismo se había marchitado, y creía que sería suplantada definitivamente por las modalidades del posfascismo; pero ahora observo, en cambio, que el fascismo clásico está resucitando, y asistimos tanto a choques como a convergencias y solapamientos parciales entre estos dos marcos del fascismo. Algunos de ellos acaban siendo mutuamente excluyentes, y enfrentándose violentamente entre sí; sobre todo porque unos defienden determinadas identidades étnicas, civilizatorias o de género, mientras que otros defienden otras. Y en parte son absorbidas por ellas, ya que todas se generan a partir del mismo proceso, de ida y vuelta, que sigue oponiendo y conectando a la extrema derecha y a la extrema izquierda. Así, ya entre las dos guerras mundiales, el enfrentamiento, a menudo sangriento, entre diferentes versiones del fascismo acabó siendo la norma y no la excepción. Mientras que hoy, en nuestros días, el marco que permitió la resurrección del fascismo clásico, y la compleja redefinición de las relaciones entre fascismos, surgió durante la reciente pandemia de Covid, como señalé en varios artículos publicados en su momento.
En particular, en la segunda parte del ensayo “San Marx, ruega por nosotros”, publicado en junio de 2020: “Cuando el covid-19 empezó a propagarse, las primeras quejas contra las medidas de cuarentena y distanciamiento social procedieron de algunos flecos de la izquierda, tripulados por anarquistas o libertarios”, y continué: “Confundiendo libertad con egoísmo y confundiendo disciplina con opresión, era natural que se quejaran de una intromisión abusiva en su derecho personal a contaminarse y a contaminar. Por el contrario, podríamos haber imaginado que la extrema derecha y los fascistas, defensores de un Estado fuerte, habrían aplaudido las medidas gubernamentales que generan nuevas obligaciones. Sin embargo, en más de la mitad de las capitales estadounidenses, las manifestaciones contra las medidas de cuarentena fueron promovidas por corrientes de extrema derecha”, tras lo cual di ejemplos detallados de una convergencia similar que se produjo en cinco países europeos. En Inglaterra, Francia, Italia, Alemania y España, las protestas contra las medidas sanitarias, que a veces reunieron a muchos miles de personas, movilizaron tanto a partidarios de la extrema derecha y del fascismo clásico como a personas de la izquierda más extrema, unificándolas en la plataforma ecologista y antivacunas. Por último, concluía que “la convergencia política y social manifestada en estas protestas callejeras también es visible en el plano ideológico, y la expresión “dictadura sanitaria” o “ley marcial sanitaria” fue utilizada por todos aquellos que se quejaban de la cuarentena. En su hostilidad hacia ciertas élites -definidas como su blanco exclusivo-, el populismo moviliza a la gente independientemente de las clases sociales a las que pertenezcan, y conviene recordar aquí que el terreno estaba preparado cuando la izquierda -que ya no invocaba a los trabajadores- empezó a hablar de pueblo, término del que pronto se hizo eco la derecha. En eso consiste el populismo, en enfrentar a personas indeterminadas con ciertas élites, ahora principalmente “élites científicas”‘. El terreno también se ha preparado a partir de la propagación de los movimientos ecologistas, y he retomado estas conclusiones en el artículo “Ecologistas y antivacunas… ¡misma lucha! “La intersección de cierta extrema izquierda con cierta extrema derecha, en el rechazo activo y militante de las regulaciones sanitarias, no se ha limitado a la participación conjunta en manifestaciones callejeras, y ha generado una esfera ideológica común”, escribí entonces, y luego añadí: “Cuando definí el movimiento ecologista como uno de los componentes del fascismo postfascista, ya estaba anunciando el horizonte en el que las teorías de la conspiración, el populismo antielitista y la obsesión por la decadencia y la catástrofe se fundirían en la amalgama ideológica que considera el covid-19 y las vacunas como una manipulación de las élites empresariales, y la exigencia de medidas sanitarias como una manipulación de las élites políticas. Los movimientos estimulados por las protestas contra la “dictadura sanitaria” y la “ley marcial médica” empiezan ahora a dar resultados.
En Portugal, el principal candidato del partido fascista radical “¡Ergue-te! ” en las elecciones parlamentarias de la Unión Europea de junio de 2024, era Rui Fonseca e Costa, un oscuro juez que de repente ganó notoriedad durante la pandemia, convirtiéndose en la voz más audible en el rechazo a las vacunas, las mascarillas y el confinamiento, y lanzando insultos contra el Presidente de la República y el Presidente de la Asamblea de la República, describiéndole como un “pedófilo”, invitándole a suicidarse y acusando a una de las principales figuras de la derecha conservadora de llevar una “peluca rubia para ir a realizar actos sexuales con niños”. Por si fuera poco, el juez retó al comandante de la Policía de Seguridad Pública a una pelea de artes marciales, y todo ello, unido a su comportamiento en algunas sesiones judiciales, llevó al Consejo Superior de la Magistratura a suspenderle y, en octubre de 2021, a apartarle de sus funciones como juez. A partir de ese momento, Rui Fonseca e Costa emprendió un camino que le llevó a fundar una especie de embrión de milicia llamada Habeas Corpus -una denominación que sólo podía salir de la mente de un jurista- y a ocupar el cargo de secretario general del partido fascista, o protofascista, “Alternativa Democrática Nacional”, que abandonó más tarde, en abril de 2023, para unirse a “¡Ergue-te! En su programa para las recientes elecciones al Parlamento Europeo, y también en respuesta a un cuestionario enviado por una agencia de prensa, Ergue-te! adopta un nacionalismo soberanista, en “oposición a este modelo federalista que se nos ha impuesto”. “¡Ergue-te! defiende un espacio europeo cohesionado, basado en la solidaridad, pero con patrias libres y soberanas. No podemos aceptar la cesión de nuestra soberanía a los eurócratas […]”; estas líneas suenan como un eco de las proclamas sobre la Unión Europea emitidas por el Partido Comunista Portugués. De hecho, cuando Ergue-te pide el fin de la Comisión Europea, considerándola “un órgano de opresión de los pueblos de Europa, que como tal debe dejar de existir”, parece como si estuviéramos leyendo las declaraciones del cabeza de lista del Partido Comunista para las elecciones de junio. Las ideas son las mismas y el lenguaje también. Pero al igual que el Partido Comunista, Ergue-te no pide la salida de la Unión Europea y afirma que “queremos colaborar en el desmantelamiento de la Unión desde dentro y sustituirla por un bloque de patrias libres que responda a los retos del presente y del futuro, y que se defienda de las diversas formas de superpotencias mundiales”. Pero de esta convergencia, Ergue-te, al defender “una Europa como conjunto de patrias soberanas que comparten una matriz común de civilización y donde se preserva la identidad de cada una”, extrae conclusiones que el Partido Comunista se abstiene de enunciar. Es cierto que el principal candidato comunista en las elecciones europeas de junio afirmó en una entrevista que “en relación con los inmigrantes, debemos tener en cuenta, por supuesto, el hecho de que no existe una capacidad ilimitada para recibir inmigrantes, ni en Portugal ni en ningún otro país” e insistió en que “nuestro país no tiene una capacidad ilimitada para recibir e integrar a los inmigrantes”. Pero Ergue-te lleva el soberanismo a su extremo lógico y califica la política de inmigración y asilo llevada a cabo por la Unión Europea como “un instrumento al servicio del programa político de sustitución de la población”, una tesis generada por el neofascismo francés y hoy vigente en Europa y Estados Unidos. Es este constante ir y venir entre los polos extremos del espectro político lo que caracteriza al fascismo. Incluso el programa económico nacionalista enunciado por Ergue-te! calca el del Partido Comunista, especialmente cuando declara que “Portugal puede ser un país poderoso, desarrollado y próspero, capaz de generar riqueza y de ofrecer felicidad a todos los portugueses y a sus familias, en el contexto de una Europa de naciones independientes y soberanas”. ¿Y cómo? “Renegociando con la UE, con firmeza, un nuevo rumbo tendente al fin de las cuotas nacionales de producción, en el ámbito de la agricultura y de la pesca; Renegociando los fondos europeos, canalizándolos para reactivar la producción nacional, esencial para nuestro sustento; Estableciendo acuerdos económicos -¡beneficiosos para todos! – con Brasil y África, haciendo de Portugal una bisagra con Europa; […] Apoyar una nueva política económica orientada a la exportación; Relanzar los sectores de la pesca y la construcción naval; […] Invertir en las riquezas de nuestro suelo y subsuelo, de la tierra y del mar, mediante la explotación de sus recursos, para una mayor independencia energética.
La paradójica utopía de una economía nacionalista en una época de plena transnacionalización fue enunciada por el principal candidato del Partido Comunista: “Si no reindustrializamos el país, no podremos tener la producción necesaria para satisfacer las necesidades de nuestro país, no podremos tener el empleo cualificado que necesitamos para garantizar el sustento de nuestros jóvenes, ni podremos tener las herramientas que nos permitan afrontar los retos que nos deparará el futuro. Si no tenemos una industria que produzca medicamentos, que produzca trenes, que produzca barcos, que produzca maquinaria, equipos industriales, si no tenemos una industria básica fuerte, no podremos satisfacer muchas de las necesidades que se plantean. Volver a hacer grande a Portugal. Al mismo tiempo, al describir a la Unión Europea como “una organización supranacional al servicio de las finanzas internacionales”, Ergue-te! promueve una versión del anticapitalismo restringida a la crítica del capital financiero, reviviendo así el mito de una oposición entre capital productivo y capital especulativo, una fábula con una larga genealogía en la extrema derecha y el fascismo clásico, que converge en la demagogia de Mussolini y en el programa de veinticinco puntos del Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores Alemanes. Y como la extrema izquierda retoma hoy este mito con total candor, tenemos aquí otra convergencia, y una de las más significativas. Inevitablemente, la noción de capital ficticio, tan apreciada en todo el mundo, y común en Portugal en el ámbito político del Bloque de Izquierda, no está ausente, por ejemplo cuando la iniciativa Ergue-te! profetiza que “el aumento sin fin de la deuda que no se corresponde con la creación de riqueza está determinando el fin de este modelo y se espera que la UE se desintegre en los próximos cinco a diez años”. Además, al pedir el fin de la Política Agrícola Común aplicada por la UE y exigir “el retorno de la soberanía agrícola y alimentaria”, ¡Ergue-te! reproduce un tema muy apreciado por los ecologistas de todo el mundo que ahora se reivindican de izquierdas. Ahora bien, la insistencia en la “soberanía alimentaria” caracterizó al fascismo clásico, como demostré en un ensayo sobre “El mito de la naturaleza”. En resumen, la impugnación de las vacunas y de la mayoría de las medidas sanitarias promovidas durante la pandemia sirvió en Portugal para generar un proceso de fusión de los grandes temas de ambos extremos del espectro político, y es en este proceso en lo que consiste el fascismo. ¡Pero si en el caso de Ergue-te! el movimiento procedía de la extrema derecha, hacia algunos temas de extrema izquierda, presentaré ahora un movimiento en sentido contrario, que se produjo en Alemania, donde en varias grandes ciudades, a lo largo del año 2020, las protestas contra el confinamiento reunieron a varios miles de personas los fines de semana, desde los seguidores ecologistas de Greta Thunberg hasta los veganos de Attila Hildmann, pasando por los partidarios de la extrema derecha populista y antiinmigración, incluidos los líderes de la AfD (Alternative für Deutschland) y, de forma más radical, los neonazis y antisemitas y su ruidosa expresión, los hooligans del fútbol.
El hilo que debemos seguir para desenredar esta madeja comienza con Die Linke, La Izquierda, un partido fundado en 2007 y nacido de la fusión de los herederos del antiguo partido comunista de la República Democrática Alemana, Alemania del Este, con una escisión del Partido Socialdemócrata. Una de sus figuras más importantes y conocidas a nivel nacional, Oskar Lafontaine, había abandonado a los socialdemócratas para unirse a Die Linke, y su influencia contribuyó a dar a conocer a su compañera, Sahra Wagenknecht. Es en torno a ella que se teje esta historia. En un partido que abarca todo el espectro de opiniones de la izquierda radical, Sahra Wagenknecht representaba la tradición de la extrema izquierda autoritaria clásica, que se distinguía por sus posiciones anti-OTAN y pro-Putin y su escepticismo hacia la Unión Europea. Sin embargo, los resultados de las elecciones de 2017 pusieron a Die Linke en una encrucijada, ya que perdió unos 420.000 votos, principalmente del este del país, en favor de la AfD, un partido situado entre la extrema derecha más extrema y el protofascismo, mientras que ganó los 700.000 votos que habían ido a parar al Partido Socialdemócrata en las elecciones anteriores y los 330.000 que habían favorecido a los Verdes. Todos procedían principalmente de ciudades y centros universitarios de las regiones occidentales de Alemania. Die Linke se vio ante la disyuntiva de responder a los intereses de su nuevo electorado o intentar recuperar a los votantes perdidos. Sahra Wagenknecht no dudó y, de hecho, le bastó con seguir por el que siempre había sido su camino político, una opción facilitada por su simpatía expresa hacia la invasión rusa de Ucrania. Al mismo tiempo, llevaba varios años haciendo campaña para limitar el número de inmigrantes, y ya en 2016 creía que la política de fronteras abiertas era responsable del atentado terrorista de Berlín, que dejó más de una docena de muertos y varias decenas de heridos. Por todo ello, Sahra Wagenknecht se ganó los elogios públicos de uno de los entonces copresidentes de la AfD, Alexander Gauland, que incluso expresó su deseo de una cooperación más estrecha. Pero Sahra Wagenknecht se mostró cauta y, al mismo tiempo, quiso ser ella quien controlara el acercamiento. Para ello, lanzó un movimiento al margen de los partidos, llamado Aufstehen, Stand or Rise, intentando llegar a la gente que se había alienado y desilusionado con la política. Se trazó el puente que llevaría de la extrema izquierda a la extrema derecha. No fue una arquitectura aislada, y The Economist escribió el 9 de agosto de 2018: “A medida que la división izquierda-derecha da paso a una abierta-cerrada, se producen nuevos alineamientos en la política europea. Elementos de la izquierda se asemejan a la extrema derecha: piénsese en los escándalos de antisemitismo en el Partido Laborista británico y en su débil oposición al Brexit, o en las diatribas de Mélenchon contra los trabajadores extranjeros, o en los acuerdos de coalición entre los populistas antiinmigración y la izquierda anticapitalista en Grecia y la República Checa. Mientras tanto, elementos de la extrema derecha encuentran inspiración en la izquierda: círculos políticos que antes apoyaban el libre mercado pero eran antiinmigración, como el Partido de la Libertad austriaco, la Unión Nacional en Francia y la AfD, han aprendido ahora a ser pro redistribución. Se abre un nuevo espacio: “prorruso, antiatlántico, euroescéptico, intervencionista en la economía, escéptico u hostil a la inmigración y al comercio”.
En el contexto europeo así creado, un sondeo de opinión realizado en septiembre de 2023 concluyó que si Sahra Wagenknecht formara un partido, aproximadamente una cuarta parte de los votantes de la AfD la apoyarían. La lección no se perdió. En octubre de 2023, Sahra Wagenknecht abandonó Die Linke y, tras fundar una organización a la que modestamente dio su propio nombre, Bündnis Sahra Wagenknecht – Vernunft und Gerechtigkeit – Alianza Sahra Wagenknecht – Razón y Justicia – la presentó en enero de 2024 como su nuevo partido. Combinando el gasto social y la redistribución de la riqueza exigidos tradicionalmente por la extrema izquierda con el férreo control de la inmigración exigido por la extrema derecha, así como la reindustrialización evocada nostálgica y utópicamente por ambos extremos, el nuevo partido de Sahra Wagenknecht representa el fascismo en acción. Y cuando una encuesta indicó que este partido contaría con los votos de alrededor del 12% de los alemanes y otra encuesta posterior predijo que el 55% de los simpatizantes de AfD y el 40% de los de Die Linke estarían dispuestos a darle el voto, Sahra Wagenknecht tuvo motivos para esperar con impaciencia las elecciones al Parlamento Europeo de junio de 2024. Una vez concluidas las elecciones y contados los resultados, en Portugal el Ergue-te! obtuvo el 0,2% de los votos, sin ningún eurodiputado, y el Partido Comunista, a través de las siglas de la Coalición Democrática Unida, obtuvo el 4,1%, reduciendo su representación en el Parlamento Europeo de dos eurodiputados a uno. En Alemania, en cambio, el nuevo partido de Sahra Wagenknecht obtuvo el 6,2% de los votos y seis escaños, mientras que Die Linke bajó al 2,7% y tres eurodiputados, perdiendo dos; en cuanto a la AfD, subió al 15,9% de los votos, lo que le garantizó quince mandatos, seis más que en las anteriores elecciones. Pero no es el tamaño lo que importa aquí, porque lo que es más significativo es el inicio de un proceso de tránsito entre los dos extremos, y eso es el fascismo.
Traducido a español por INTER-REV. Internacionalismo – Revolución