Por Michael Shellenberger
Sri Lanka se hundió. El sábado, 09 de Julio, miles de manifestantes asaltaron el palacio presidencial. Mientras los enfurecidos y los castigados nadaban en la piscina del presidente, hacían comida en su jardín, se tumbaban en su cama y prendían fuego su residencia, el presidente era conducido a un barco de la Marina, abandonando la costa de Sri Lanka.
La causa más directa del caos es que la nación está en bancarrota, sufriendo su peor crisis financiera en décadas. Millones de personas tienen dificultades para comprar alimentos, medicamentos y combustible. Entre Junio de 2021 y Junio de 2022, los precios de los alimentos aumentaron un 80%. El mes pasado, la inflación anual alcanzó casi el 55%. Desde el comienzo de la pandemia, medio millón de personas han caído en la pobreza.
Si nunca has prestado atención al país insular situado frente a la costa sudoriental de la India, podrías pensar que esto es simplemente lo que ocurre en las naciones en desarrollo. Pero la verdad es que Sri Lanka se venía reconstruyendo poco a poco -tras décadas de guerra civil y autoritarismo- y entonces pasó esto. Nosotros, en Occidente, tuvimos mucho que ver con esto.
La causa subyacente del hundimiento de Sri Lanka es que sus líderes -empezando por el ex presidente Maithripala Sirisena y continuando con su sucesor, el recientemente depuesto Gotabaya Rajapaksa- cayeron bajo el hechizo de las élites verdes occidentales que vendían agricultura orgánica y “ESG”, sigla que se refiere a las inversiones realizadas siguiendo criterios supuestamente más elevados de medio ambiente, impacto social y gobernanza corporativa [Environmental, Social, and Governance]. Sri Lanka tiene una puntuación ESG casi perfecta de 98, más alta que Suecia (96) y Estados Unidos (51).
¿Qué significa tener una puntuación ESG tan alta? En pocas palabras, significa que los dos millones de agricultores de Sri Lanka se han visto obligados a dejar de utilizar fertilizantes y pesticidas, lo que ha acabado con su importante sector agrícola. (No importa que Tesla haya sido expulsada del índice ESG S&P, mientras que Exxon Mobil está entre los diez primeros. Nada de esto tiene mucho sentido).
Sin duda, hubo otros factores detrás del hundimiento de Sri Lanka. Las cuarentenas por el Covid-19 y un atentado en 2019 perjudicaron al turismo, una industria que suele generar entre 3.000 y 5.000 millones de dólares al año. Sri Lanka acumuló una enorme deuda externa con China prestando al país miles de millones de dólares como parte de su iniciativa Belt and Road [también conocida en español como “Nueva Ruta de la Seda”]. Los costes de transporte se han disparado un 128% desde Mayo debido al aumento de los precios del petróleo. Y las tendencias generales no han ayudado: Desde 2012, el crecimiento ha ido disminuyendo.
Pero el mayor problema fue la prohibición de los fertilizantes químicos en Sri Lanka, aprobada el año pasado, fundamental para el esfuerzo del país por cumplir con la ESG.
Las cifras son impactantes.
Un tercio de las tierras agrícolas de Sri Lanka estaban inactivas en 2021 debido a la prohibición de los fertilizantes. Más del 90% de los agricultores de Sri Lanka habían utilizado fertilizantes químicos antes de su prohibición. Tras su prohibición, un asombroso 85% experimentó pérdidas en sus cosechas. La producción de arroz cayó un 20% y los precios se dispararon un 50% en sólo seis meses. Sri Lanka tuvo que importar arroz por el valor de 450 millones de dólares a pesar de que era auto suficiente sólo algunos meses antes. El precio de las zanahorias y los tomates se quintuplicó. Todo esto tuvo un impacto dramático en los más de 15 millones de personas de los 22 millones del país que dependen directa o indirectamente de la agricultura.
Las cosas fueron peores para los pequeños agricultores. En la región de Rajanganaya, donde la mayoría de los agricultores explotan parcelas de dos acres y medio [aproximadamente 1 hectárea], las familias informaron una reducción de entre el 50% y el 60% de su cosecha. “Antes de la prohibición, éste era uno de los mayores mercados del país, con toneladas y toneladas de arroz y verduras”, dijo un agricultor a principios de este año. “Pero después de la prohibición, se convirtió en casi cero. Si hablas con los molinos de arroz, no tienen acopio porque la cosecha de la gente ha bajado mucho. Los ingresos de toda la comunidad han caído a un nivel extremadamente bajo”.
Pero el daño al té fue la clave de la ruina de Sri Lanka. Antes de 2021, la producción de té generaba 1.300 millones de dólares en exportaciones anuales. Las exportaciones de té pagaban el 71% de las importaciones de alimentos del país antes de 2021.
La prohibición de los fertilizantes, a partir de abril de 2021, cambió todo. Cuatro meses después de la entrada en vigor de la prohibición, el presidente, al darse cuenta de que las cosas no iban según lo previsto, levantó la prohibición sobre las importaciones de fertilizantes químicos y, dos días después, la restableció.
Los resultados han sido devastadores y ampliamente previstos por los cultivadores de té, ya que las exportaciones se desplomaron un 18% entre noviembre de 2021 y febrero de 2022, alcanzando su nivel más bajo en más de dos décadas.
“No tenemos suficientes fertilizantes químicos”, admitió Rajapaksa en diciembre de 2021, “porque no los importamos. Hay escasez”.
En mayo de 2022, Sri Lanka dejó de pagar 77 millones de dólares de su deuda externa. Eso puede parecer una suma pequeña en el escenario más ámplio, pero el incumplimiento hizo que Sri Lanka tuviera dificultades para pedir dinero prestado. Así que devaluó su moneda, la inflación aumentó un 30% y el gobierno se quedó sin el efectivo que necesitaba para importar combustible, alimentos y medicamentos.
¿En qué estaban pensando exactamente Rajapaksa y otros dirigentes de Sri Lanka? ¿Por qué emprendieron un experimento tan radical con la industria más importante de su país?
Después de la Segunda Guerra Mundial, Sri Lanka, como muchas naciones pobres, subsidió a los agricultores para que pasaran de los biofertilizantes, como el estiércol, a los fertilizantes químicos en lo que se conoce como la Revolución Verde. (Ella fue popularizada por Norman Borlaug, el agrónomo ganador de un premio Nobel) El rendimiento del arroz aumentó rápidamente y el país superó la escasez crónica de alimentos y empezó a obtener ingresos en el extranjero gracias a la exportación de caucho y té.
Al aumentar el rendimiento agrícola, los jóvenes pudieron conseguir trabajo en las ciudades. Los salarios aumentaron, hasta el punto de que Sri Lanka se convirtió en una nación de renta media.
Pero lo que parecía un sueño para la mayoría de los esrilanqueses parecía una pesadilla para muchos ecologistas de Occidente. En la década de 1970, el biólogo de Stanford Paul Ehrlich y otros activistas se enfurecieron contra la Revolución Verde. Afirmaban que la superpoblación causaría muertes y sufrimientos masivos y que la humanidad tenía que jugar al “triaje”. En otras palabras, había que dejar morir a algunas personas para que el resto pudiera vivir.
Traducido por Passa Palavra a partir de original en inglés publicado en el sitio Common Sense. La foto de portada es de Ishara S. Kodikara.
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El caso de Sri Lanka fue simplemente una “mala gestión” de la introducción de la agroecología?
Por João Bernardo
[comentario publicado en la versión portuguesa del texto en este sitio]
Cuando algo va mal, sus defensores tienen un argumento ready-made: si las cosas se hubieran hecho de otra manera… En este caso, si el presidente Gotabaya Rajapaksa no hubiera introducido abruptamente la agricultura orgánica… Pero el problema es precisamente saber si las cosas podrían haberse hecho de otra manera.
1. Es imposible generalizar la agricultura ecológica a largo plazo.
La agricultura ecológica es mucho menos productiva que la que utiliza agroquímicos y modificaciones genéticas hechas en laboratorio. Para no extendernos demasiado en un simple comentario, los datos y la bibliografía al respecto pueden consultarse en la cuarta parte de mi ensayo Contra la ecología, La agroecología y la plusvalía absoluta. La agricultura ecológica es menos productiva por superficie y menos productiva en cuanto a la mano de obra empleada.
Por lo tanto, con unos costes de producción más elevados, la agricultura ecológica tiene que alcanzar necesariamente precios más altos, lo que la hace adecuada para los grupos de renta media y media-alta.
Un comentarista señaló que los productos de la agricultura ecológica, además de ser más caros, son de peor calidad. Precisamente por eso, sólo pueden promoverse gracias a los pretextos extra-económicos que proporciona el ecologismo, lo que los hace aún más dependientes de las clases media y media-alta, las únicas en las que proliferan los partidarios de lo políticamente correcto. Los productos de la agricultura ecológica sólo se consumen por devoción.
Esto significa que a) la agricultura ecológica no puede competir comercialmente con otras formas de agricultura y b) está restringida a un mercado económicamente limitado e ideológicamente definido. Estos dos factores tienen como consecuencia que la agricultura ecológica no pueda generalizarse económicamente a largo plazo.
2. El carácter ideológico de la agricultura ecológica favorece su introducción brusca.
Un sistema económico cuya expansión no se apoya en el mercado y que tiene justificaciones puramente ideológicas tiende a imponerse de forma autoritaria. Esto es lo que ocurre con la agricultura ecológica.
La inspiración originaria de la agricultura ecológica fue del fundador de la antroposofía, Rudolf Steiner, cuando en 1924 lanzó la idea de la agricultura biodinámica. Nació en un entorno no sólo espiritualista y teosófico, sino también profundamente racista. Por lo tanto, era natural que la agricultura orgánica se convirtiera en la doctrina agrícola oficial del Tercer Reich bajo el Ministro de Abastecimiento y Agricultura, el Obergruppenführer de las SS Walther Darré, que también era el Führer de los Campesinos del Reich y dirigía el Departamento Central de Raza y Colonización de las SS. La situación no cambió cuando Darré dejó sus funciones en el Ministerio de Abastecimiento y Agricultura en 1942, porque el Reichsführer-SS Henrich Himmler siguió favoreciendo los experimentos de agricultura ecológica, ahora basados en la mano de obra esclava de los campos de concentración. Por cierto, en el Tercer Reich la mayor y más exitosa empresa de agricultura ecológica, el Instituto Alemán de Investigación Nutricional y Alimentaria, que cultivaba plantas pseudomedicinales, formaba parte del imperio económico de las SS y se estableció junto al campo de concentración de Dachau.
Desde su génesis, por tanto, la agricultura ecológica ha estado estrechamente relacionada con formas extremas de autoritarismo. El régimen de Pol Pot en Camboya y ahora las medidas adoptadas por Gotabaya Rajapaksa en Sri Lanka no son aberraciones, sino una necesidad intrínseca derivada del hecho de que la agricultura ecológica no es económicamente competitiva.
3. Conclusión.
La falta de productividad de la agricultura ecológica le impide ser competitiva y, a la larga, la condena a no superar los mercados marginales e ideológicamente definidos.
A corto plazo, la agricultura ecológica sólo puede introducirse por medios violentos y en regímenes autoritarios.
Post scriptum.
Como entre los lectores brasileños abundan los brasicéntricos, que automáticamente reducen todo al país de su nacimiento, me gustaría recordar que inicialmente el MST [Movimiento de los trabajadores Sin Tierra] apuntaba al ejemplo de los proyectos agroindustriales y quería que las cooperativas de producción aplicaran la agroindustria en los asentamientos. Fue sólo cuando el presidente Fernando Henrique Cardoso inauguró el Programa Nacional de Fortalecimiento de la Agricultura Familiar, Pronaf, en 1995, que el MST descubrió las virtudes de la pequeña agricultura y, concomitantemente, de la agroecología. “No fue el primer caso, y seguramente no será el último, en que una organización revolucionaria es asimilada y domesticada a través del crédito”, observé en el ensayo que dediqué a la historia del MST, MST y Agroecología: una mutación decisiva. A continuación, el colectivo del sitio Passa Palavra escribió una serie de tres artículos entitulada MST S.A., en la que analizaba el desarrollo del carácter empresarial del MST. Lo curioso es que nunca faltan militantes devotos para bendecir todo esto. ¿Quién mencionó a los “idiotas útiles”?